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sábado, 21 de septiembre de 2013

Mejor es el buen trato que las limosnas.

Sobre El Duelo, de Anton Chéjov

Ayer fui al teatro y estuve de viaje en una butaca. Fui al Cáucaso. Y cuando digo fui, es que realmente estuve allí. No sé si me entienden. Más bien, espero que me entiendan.
Mi amigo y autor teatral Santiago Martín Bermudez me llamó el día anterior. "Mañana tenemos a los rusos". Al día siguiente fuimos a ver El Duelo al Centro Dramático Nacional. Y menos mal, porque no era para perdérselo. Era para perderse en él.

Me gusta mucho el teatro, esa es la razón por la que casi no voy. Y en la pequeña franja que deja abierta ese "casi", se cuelan, algunas veces, más razones para no volver nunca y otras, joyas como la de ayer. Joyas de tres horas en ruso. ¿Han bostezado (con perdón) alguna vez viendo a Chéjov?. Léanse las siguientes afirmaciones:

a) Yo sí. Lo confieso abiertamente.  Muchas veces he bostezado viendo a Chéjov.
b) Ayer, sin embargo, fui feliz viendo a Chéjov.

Las dos son mías, pero entre ambas afirmaciones existe una zona gris de contenido opuesto. ¿Qué hay en medio de las dos? ¿A qué corresponde esa mancha gris?: ¿Al saber hacer?, ¿a la magia?, ¿la pasión?, ¿el conocimiento de lo que se hace?, ¿maestría?, ¿técnica?... Si, pero hay algo más. La universalidad que reside en los duelos individuales. El precioso abismo que se abre cuando uno tiene la valentía de quererse a sí mismo.

En El duelo, cada personaje representa un pilar de pensamiento. Todos opuestos entre sí, pero todos abanderan sólidos discursos. Cada uno tiene un sueño, su sueño. Decidan cuál es el suyo.

Tenía usted razón Sr Von Koren (Armen Arushanyan). En su desilusión por la civilización convertida en masa que adora a dioses endebles y antropomórficos en la religión y en la moral, y que ha debilitado de modo considerable la lucha y la selección. Nosotros y nadie más somos los culpables del deterioro de la humanidad. La cultura humana se ha debilitado, de ahí la rápida multiplicación de los débiles y su predominio sobre los fuertes. Esa prédica del amor por el amor, como la del arte por el arte, si pudiera tener fuerza, al final de todo, llevaría a la humanidad a una extinción absoluta.

Pero ¿Y aquel que sólo pretende vivir? Aquel que no necesita la verdad y no la busca, aquel que no participa de la vida común de los hombres, que vive ajeno a sus ideas, religión, búsquedas o luchas. ¿Aquél que come el pan de otros hombres, bebe su vino, se lleva a sus mujeres y para justificar  su vida ante sí mismo y ante los demás intenta darse el aire de ser superior?

Amarga verdad/dulce mentira ¿elegida? por algunos, amantes de una vida salvaje generadora de una conciencia con alas que viaja, cuan ave migratoria, al albor de otro futuro.
¿No es también humana su manera de vivir, Layévskii (Anatoly Beyli) ?

Incluso Maria Konstantínovna (Eva Vasil'eva)personaje que reencarna la vieja moralidad y el estandarte más populista de las sociedades reprimidas, abandera un discurso ajado, manoseado por las religiones y aceptado por los hombres. 
Sin embargo, lo hace desde un escalón que requiere una dosis importante de sofisticación y evolución humana: la sinceridad. "Confíe en mi, yo no la engañaré ni le ocultaré a los ojos de su alma ni una verdad" Y este hecho eleva a María, como mínimo, a la aceptación. Quiere ayudar. Y era cierto. Así lo planteó y así fue dicho. Magníficamente dicho.

El Diácono Pobedov (Valery Troshin) cierra el círculo con una frase bíblica (pero no por ello no contemporánea). La fe mueve montañas. ¿Sabían esto ustedes?

La fe sin actos no vale nada. Y los actos sin fe, menos aún.
Yo tengo un tío Pope, que tiene tanta fe que cuando va al campo a orar para que llueva, lleva paraguas para que la lluvia no lo moje en el camino de regreso.

Me gustaría acabar aquí mi texto, con Pope, pero aún me quedan dos preguntas que hacerles. Una, la evidente: ¿Son ustedes de los que tienen esa clase de fe? ¿Esa clase de fe que se siente en la piel?. Y otra, la impertinente: ¿Qué reprochar a cualquiera de estos personajes asfixiados por unas coordenadas marcadas brutalmente por la religión, el lenguaje o el comportamiento social? Y aquí reside el secreto de este Duelo, en un susurro Purgante que se genera en la creatividad y desemboca en la Fuga de la artisticidad. Me imagino que pasa muy pocas veces. La universalidad. Casi ná.

























jueves, 19 de septiembre de 2013

Mr Gwyn

Digo siempre que no soy una buena lectora de novelas. Algunos que me conocen ya lo saben, y es verdad. La poesía o el ensayo forman parte de mis lecturas favoritas. Y la biografía. Cotilla que es una.
Como presentación, igual es cursi, lo asumo, pero admítanme ustedes el beneficio de la verdad. O sea, que no les miento. Las novelas son mares. Con sus aguas, su temperatura, sus bichos locales y su ritmo de oleaje y una no se mete en cualquier parte. Algunas veces me pasa que meto los pies, y reconozco que con esa primera sensación decido el resto de la zambullida.

Muchas veces es una huida. Salgo corriendo de lo fría que está el agua, admito que la temperatura influye en mi vida sin mesura. Tampoco me gustan las playas muy transitadas, ni muy publicitadas, conocidas por elementos ajenos a la propia playa.

Pero hay mares que me encantan, y como da mucha pena salirse de ahí, me remojo tres o cuatro veces más aunque me haya bañado hasta el final. Y en estas ocasiones suelo navegar por mares cercanos a ese mar primero. Y algunos tienen el oleaje parecido, pero tienen más piedras en su arena. Otras veces me encuentro con mares hermanos y comprendo que hay lugares cuya naturaleza es creadora y aunque cambien, siempre serán especiales. También comprendo que crear tiene mucho que ver con la escucha y que el sonido de la ola de la vida sólo desemboca en algunos lienzos, en algunas partituras, en algunas páginas. En algunas, a veces, en lagunas otras.

Este verano me he bañado con Mr Gwyn. Tantos años visitando playas y resulta que me había perdido una de las mejores. Fue un baño María :)) Que conste que la coincidencia es pura ídem, y que yo me refiero a la naturaleza y al efecto de dicho baño. A la lentitud efectiva del agua que coge calor y transforma aquello a lo que envuelve.

Mr Gwyn es un personaje en continuo cambio, consciente de sí mismo como pocos, que evoluciona gracias a la sofisticación de su pensamiento y desemboca en una creatividad refinada con bombillas.
Báñense en su playa si no lo han hecho ya. Prepárense para leer con mayúsculas, y para disfrutar de una destilación del lenguaje cercana a la poesía, cercana al pensamiento y al conocimiento de la vida que tiene Baricco.